Un pueblo autogestionario. La localidad inglesa de Alston, con sólo 2.000 habitantes, crea una veintena de cooperativas para tener servicios

Una calle del pueblo de Alston, con el hotelito Angel Inn
Alston, con sus calles empedradas, su mercado y sus viejas casas de piedra del siglo XVII, es un lugar de postal. Pero tiene o, mejor dicho, tenía un problema: es demasiado pequeño (2.100 habitantes en el último censo) y demasiado remoto como para que a la BT (telefónica británica) le salga a cuenta instalar una banda ancha de internet, para que a las cadenas nacionales de supermercados les compense montar una tienda de comestibles, para que haya oficina de correos, una empresa interesada en operar un gimnasio, otra para gestionar la estación de ferrocarril, para limpiar la nieve que abunda en invierno...

Era un problema, pero ya no lo es. Porque los ciudadanos de Alston han encontrado esa elusiva tercera vía entre, por un lado, el capitalismo salvaje que ha corroído la sociedad y ha hecho estallar la burbuja financiera, y, por otro, el socialismo burocratizado y carente de incentivos. En vista de que las multinacionales y grandes corporaciones británicas no veían dinero y por tanto no proporcionaban servicios, los nativos han tomado las riendas y han creado una veintena de pequeñas cooperativas que gestionan estos servicios. La idea no es hacerse rico, sino realizar una misión para la comunidad y obtener una remuneración razonable que permita vivir dignamente.

Alston Moor (que abarca el histórico pueblo de Alston y las aldeas vecinas de Gerrigil y Nenthead) ha sido designada la primera social enterprise town –localidad de empresa social– de Gran Bretaña. Un título que añadir a los de tener la pista de golf y el mercado a más altura sobre el nivel del mar de toda Inglaterra (300 metros), de ser el lugar favorito del poeta John Auden, y punto de partida y llegada de una etapa del Tour de los Peninos, la formación montañosa considerada como la espina dorsal de Inglaterra, flanqueada por la Muralla Adriana que separa el país de Escocia.

Lo ocurrido en Alston muestra al mismo tiempo las limitaciones del capitalismo, el triunfo del espíritu comunitario y la importancia de buscar nuevos mecanismos de innovación social que desafíen los convencionalismos políticos y económicos. “En Alston habíamos sido abandonados de la mano de Dios y decidimos coger el toro por los cuernos –explica Sue Gilberson, de 51 años y empleada de Cybermoor, la cooperativa que ha dotado a 300 casas de banda ancha de internet en vista de que la BT exigía una subvención estatal (que nunca llegaba) para hacer llegar la línea–. Lamentarse no sirve de nada. Nos cansamos de esperar y de promesas incumplidas, y pusimos manos a la obra para crear una comunidad dinámica y vibrante”.

Situada en una región montañosa de gran belleza pero poco poblada, Alston Moor se queda con frecuencia aislado en los meses de invierno como consecuencia de las nevadas. Las últimas minas de zinc, acero y plata, su mayor fuente de riqueza, cerraron en los años cincuenta y determinaron el inicio de su declive económico. En 1980 desapareció una fundición que empleaba a 200 trabajadores, y el desempleo se disparó del 8 al 25%, un nivel propio de la España o Grecia de la actualidad, y tres veces de la media británica. Hoy el principal patrono es una pequeña metalúrgica que comercializa productos derivados del acero y tiene una plantilla de sesenta personas. Las principales fuentes de ingresos son la ganadería (bovina y ovina), y el turismo.

“Llegó un punto en que parecía que el mundo exterior se había olvidado de nosotros”, dice Meryl Baker, de 66 años, que tras su jubilación decidió montar la tienda-cooperativa que surte a Alston de productos de primera necesidad. “Hasta para comprar el pan y la leche había que recorrer 20 kilómetros, y no todo el mundo tiene coche. No hay tren, y el servicio de autobuses es bastante esporádico. Por suerte somos una gente con espíritu innovador que no se rinde fácilmente a las dificultades, y nos dimos cuenta de que nadie nos ayudaría si no lo hacíamos nosotros mismos. Hoy somos un ejemplo del camino a seguir”.

Los trabajadores son empresarios, y los empresarios trabajadores. Y todos ellos tienen la satisfacción de estar haciendo algo no sólo para ganar dinero, sino por el pueblo. Moody emplea a chavales locales que de otra manera estarían sin trabajo y que hacen turnos en el mostrador y en el horno del pan. “El ambiente es fenomenal –señala Tim Angier–. La jefa está abierta a las opiniones de los empleados. No somos licenciados en empresariales, pero si a alguien se le ocurre una buena idea no duda en adoptarla”.

Cuando las autoridades de Cumbria decidieron que el servicio de quitanieves no llegaría a Alston para ahorrar así dinero, los ciudadanos reconvirtieron el tractor de segunda mano de un granjero para que realizara ese servicio. Cuando con el pretexto de los recortes se cerraron los cuartos de baño públicos, surgieron voluntarios para limpiarlos haciendo turnos. La tienda de ultramarinos es una cooperativa que abre hasta los domingos, con siete trabajadores, uno para cada día de la semana. La oficina de correos es una cooperativa con cien accionistas, cada uno de los cuales invirtió el equivalente de 115 euros. Alston es un pueblo especial, y sus empresas autogestionarias crean riqueza por valor de dos millones de euros al año.

- Descontentos con el Gobierno.

Sucesivos gobiernos británicos, lo mismo laboristas que conservadores, han ido reduciendo la calidad de los antaño legendarios servicios públicos del Reino Unido, tanto en las ciudades como en el campo, con el cierre de hospitales, estaciones de ferrocarril o estafetas de correos. En parte es debido a la fiebre privatizadora que se apoderó del país con Margaret Thatcher y han seguido Tony Blair, Gordon Brown y ahora David Cameron, y en parte para ahorrar dinero. Pero así como en las zonas urbanas se trata de un inconveniente (hay que coger el autobús e ir a echar la carta o hacerse la prueba del colesterol un poco más lejos), en regiones rurales aisladas, donde la media de edad es elevada, constituye un auténtico drama para las muchas personas que no tienen coche. Por Alston no pasa el tren, el servicio de autobuses es de uvas a peras, y las autoridades de Cumbria lo retiraron del recorrido de las máquinas quitanieves que limpian las carreteras de los montes Peninos. “Ya entendemos que un pueblo de pocos miles de habitantes no puede tener un hospital, y hay que viajar a la ciudad más cercana para ser atendido –dice Angela Green, de 65 años, vecina de la aldea de Nenthead–. Pero clama al cielo que el gobierno decida que una comunidad de 2.000 personas no justifica la existencia de una oficina de correos, aunque produzca pérdidas al Estado, y hayamos tenido de ponerla nosotros mismos, con nuestro dinero”.

- Más empresas con misión social. Auge en el Reino Unido de las compañías cuya razón de ser no es el ánimo de lucro.

Los campos dominan los alrededores de Alston
Crecer, comerse al rival para no ser absorbido, y maximizar beneficios aunque sea a expensas de despedir trabajadores no es el leitmotiv de todos los empresarios. Desde luego no de las llamadas social enterprises (empresas sociales), un fenómeno cada vez más extendido en el Reino Unido y que busca una alternativa al ánimo de lucro desmesurado del capitalismo neoliberal de los últimos 30 años, pero sin caer en los vicios de una economía estatalizada.

Alston tiene más “empresas sociales” por habitante que ninguna otra localidad del mundo, pero existen muchas otras que son pioneras y han abierto camino en terrenos tan diversos como la producción de chocolate, el medio ambiente, la información y la tecnología, los muebles de oficina, la moda, la formación profesional, el diseño, la restauración, el transporte, la banca, el entretenimiento o la organización de eventos.

Para ser considerado “empresa social” hay que generar dinero con la compraventa de productos y servicios en el mercado, reinvertir las ganancias en el propio negocio o en la comunidad local y tener un objetivo altruista como por ejemplo asistir a los más desfavorecidos, la justicia social, o mejorar las condiciones de vida en la comunidad. Cumplidas esas condiciones, hay todo tipo de esquemas legales que las amparan.

“Con el comunismo desacreditado y serios interrogantes sobre la viabilidad del capitalismo tal y como ha evolucionado en los últimos años (sueldos cada vez más altos para los ejecutivos y más bajos para los trabajadores), este tipo de empresa ofrece una tercera vía muy refrescante –explica la socióloga Helen Blanchard–. Tienen que ganar dinero en un sistema competitivo, porque si no se van a pique. Pero la mayoría de sus ganancias son dirigidas a su misión social, sea del tipo que sea. Y el empresario se queda un sueldo razonable, pero no descomunal, que le permite vivir razonablemente bien, y compensa tanto su trabajo como los riesgos que asume”.

Existen “empresas sociales” de todos los tamaños, locales, nacionales y multinacionales, que tienen en común el propósito de mejorar la vida de la gente. Se encuentran bajo la tutela de una organización llamada Social Enterprise UK, que las asesora sobre las posibilidades y los riesgos en cada sector y sobre los mecanismos para obtener capital ya sea del Estado o de los bancos, en forma de donaciones o de créditos. También presiona a los políticos (sobre todo, los del partido laborista, ya que los conservadores son más reacios a la fórmula) para que favorezcan esta “tercera vía” económica.

Los orígenes en Inglaterra de este modelo de compañías se remontan a 1840 en Rochadle, cuando los trabajadores del sector alimenticio organizaron su propia cooperativa como respuesta a las condiciones de explotación de que eran víctimas. Las social enterprises recibieron otro empujón a partir de 1990, como reacción de emprendedores idealistas al capitalismo radical impulsado por Ronald Reagan en Estados Unidos y por Margaret Thatcher en este país.

Rafael Ramos, La Vanguardia